
Además, la inmensa mayoría de los libros que he leído a lo largo de mi vida ya eran libros industriales, impresos en rústica. Luego no se trata ahora, ni antes, de una cuestión de continente sino de contenido.
No obstante he pasado más de la mitad de mi vida ocupándome de la gráfica del libro, de su edición y mucho tiempo -quizás demasiado- de su papel como vehículo comercial que se vende y que se compra. A tantos cientos o miles de ejemplares mayor o menor ganancia para la rueda de la industria; mayor o menor probabilidad de que el autor/a pueda permitirse vivir de su oficio de escritor y no de otros oficios subalternos simultáneos. Conste que todavía hablo de oficio y no de profesión. No es un detalle menor.
Nada puedo hacer para que un libro sea leído por mayorías. No es ese el rol que me motiva y, la verdad, tampoco es algo que me interese en lo personal. Pero si me importa el libro como objeto artístico en todas las direcciones en donde sea capaz de intervenir: me gustan los libros bien diseñados; me gusta la tipografía y hasta la historia de la tipografía; me gusta el papel (incluso el papel en blanco, a secas) y, por encima de todo ello, me importan los creadores. Su hacer, sus compromisos, sus indagaciones a pecho descubierto. Su entereza y su vulnerabilidad.
Me gustan los artistas.
Yo soy pintor. Por las razones que sea -incluida la falta de talento, desde luego- siempre he tenido otros oficios que le han restado tiempo vital a mi pintura. No puedo remediarlo, ni falta que hace.
Durante todo el tiempo -es decir durante toda mi vida- he tenido muy pocas certezas: He sabido sin ningún género de dudas que la pintura, que la imagen y que el color, han sido la fuerza motriz de mi pasión creativa y, también, que nada de lo que pueda pintar me resulta trascendente. Importante para mi, sí, desde luego, pero no en un sentido trascendente.
Me interesa la creación y la creación es un acto efímero.
Con esta idea, la de la búsqueda de la belleza como acto creativo disciplinado y riguroso pero efímero e insolente, quiero reunir el trabajo de escritores cuya obra me conmueve y su actitud ante el arte me regocija y alimenta.
Eso quiero: alimentarme de su trabajo e interpretarlo desde el mio. Es decir leerlos de verdad, a fondo y quedar expuesto luego.
Pero sin solemnidad, sin que exista pretensión alguna de trascendencia.
Por eso pinto sobre un soporte tan irrelevante como una camiseta (única e irrepetible). Para que toda la "solemnidad" de mi obra quepa en una lavadora y sobre espacio.
Arte para vestir, para pasearlo por la calle.
Y los libros de la colección "Poética y peatonal", para aquellos que amen los libros pequeños, esos que dan ganas de besarlos.