domingo, 2 de septiembre de 2012
Nicolasa verde o nada
Nunca cuando pinto pierdo de vista que lo estoy haciendo sobre prendas de vestir, sobre camisetas que usa la gente y nunca, tampoco, que verlas por la calle sobre el cuerpo de personas -algunas conocidas, muchas otras no- me produce una alegría muy intensa y que esa es la razón última.
Recuerdo vivamente la primera vez que ocurrió fuera del ámbito familiar o del círculo de mis amigos: fue en un metro, en Buenos Aires, hace más de 20 años. Yo estaba sentado mirando por la ventanilla cuando el tren redujo su velocidad entrando en una estación y allí, en el andén, un hombre joven llevaba puesta una camiseta mía; un perfecto desconocido vestía mi ropa. Enseguida ese joven se convirtió en mi cómplice, en mi igual. Fue un momento precioso; halagador -desde luego- y precioso.
Cuando ahora pinto sobre camisetas para niños pequeños, camisetas de fondo negro (siempre son de fondo negro) con imágenes que intentan rescatar e imitar el universo icónico de los pequeños, sueño con que ese instante mágico se repita. Me encantaría ver, alguna vez más en la vida, a un niño o niña desconocidos llevando puesta una camiseta pintada por mi, pensada para gustarle, pensada para la complicidad en la inocencia, para la complicidad con la libertad creativa.
Si por fortuna eso ocurriese me encantaría pensar que fueron ella o él quienes la eligieron y no un adulto y eso haré, sin duda alguna: elegiré creer que fue su elección y no la de sus padres o abuelos.
Nicolasa verde o nada se llamó la primera novela de mi padre muerto, una de las obras más radicalmente creativas de la literatura sudamericana de los 60. Nicolasa llamaba yo en secreto a mi primera bicicleta y así nombro a esta colección de ropa para niños con la esperanza de que al crear, una a una, sus imágenes la alegría que siento me devuelva, un poquito, la visión incontaminada y fresca de la sabiduría plástica infantil. Ojalá, ojalá...
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