miércoles, 10 de septiembre de 2014

Pequeña oportunidad de arder



Pequeña oportunidad de arder, décimo octavo título de la colección Poética y peatonal.



Existe una diferencia enorme, enorme, entre la gente de mar y la gente de interior. Entre la gente de mar y la gente de montaña. La gente de montaña tenemos referencias espaciales nítidas -o eso me parece- que la gente de mar no tiene o la tiene en una dimensión que desconozco.
Hasta hoy he confiado en un tópico más o menos aceptable para describirlo: la gente de montaña tenemos referencias espaciales hacia todos los puntos cardinales y sus perfectas sutilezas intermedias. En cambio la gente de mar tiene horizonte. Amplio, ambiguo, mutable...

La gente de mar siente nostalgia; la de montaña, melancolía.

Más o menos así, mis tópicos.

Vera dice otra cosa: dice que el horizonte, como la nieve para los inuit, tiene mil maneras de ser y otras tantas de nombrarse. Un nombre para el horizonte que vibra, otro para el que tiembla, uno diferente si el color del cielo es distinto al del mar; otro para cuando se parecen tanto, tanto, que sólo la tenue, casi imperceptible, línea que los separa los distingue. Los distingue no. Los diferencia.
Vera dice que eso puede saberse no ya con la experiencia del tránsito sino que se puede magnificar viviéndola desde la visión recortada de la realidad que nos puede ofrecer una ventana. Como el campo de visión de una lupa alucinada.
Su poesía es eso: el espacio restringido de una manera de mirar acotada donde el horizonte trémulo distingue la refinada, la exquisita, separación entre todas las experiencias humanas antagónicas.
Pero no lo enuncia, ni siquiera lo sugiere: es así.
Para ella es así.
Ahora, también, para mí.

Mi gratitud, poeta.