Traje roto vigésimo noveno título de la colección Poética y peatonal.
Hace unos meses Alba me entregó su libro para que hiciese con él lo que quisiera.
O no. A lo mejor me prestó su Traje roto para que intentase ver.
Leí, leí muchas veces sus poemas
pero no fue hasta el momento de comenzar a pintarla que tuve esta
sensación que comparto: una cierta certeza acerca de que el
conocimiento intelectual o cultural de la obra puede que agregue
algo, pero también a lo mejor lo quita. Y no sé si lo que se pierde
no es más importante que lo que se gana.
Por mecanismos que pertenecen más
al universo de la psiquis, de la mística privada, que a la razón
empezó a rondarme una anécdota que refiere sobre sí mismo y su
relación con el arte el escritor inglés G. K. Chesterton, un
escrito que conocí hace casi 40 años atrás y no olvido. Más
precisamente un ensayo pequeño que él tituló Un trozo de
tiza.
Nos cuenta Chesterton: “salgo a
pintar el paisaje, pero no salgo a pintar el paisaje inglés, salgo a
pintar arcángeles y demonios”... pero Chesterton está muy atento
al paisaje, lo está gozando. En ese momento cruza una vaca. Y la
vaca se aleja, es decir le da los cuartos traseros. Y Chesterton
dice: “Y como nunca fui capaz de pintar los cuartos traseros de una
vaca, le pinté el alma, que era toda roja...”
Una de las más importantes lecciones de pintura que recibí en toda
mi vida.
Te he leído, Alba. No el poema, el
conjunto. Algo indica que a su hora gregaria el pájaro es bandada.
Llega el atardecer y, de hora en hora, pierden vigor los signos de lo
externo. La gloriosa materia se deslíe en lo abstracto. Hubo que
declarar inútil la cabeza.