lunes, 31 de agosto de 2015

Traje roto






Traje roto  vigésimo noveno título de la colección Poética y peatonal.


Hace unos meses Alba me entregó su libro para que hiciese con él lo que quisiera.
O no. A lo mejor me prestó su Traje roto para que intentase ver.

Leí, leí muchas veces sus poemas pero no fue hasta el momento de comenzar a pintarla que tuve esta sensación que comparto: una cierta certeza acerca de que el conocimiento intelectual o cultural de la obra puede que agregue algo, pero también a lo mejor lo quita. Y no sé si lo que se pierde no es más importante que lo que se gana.

Por mecanismos que pertenecen más al universo de la psiquis, de la mística privada, que a la razón empezó a rondarme una anécdota que refiere sobre sí mismo y su relación con el arte el escritor inglés G. K. Chesterton, un escrito que conocí hace casi 40 años atrás y no olvido. Más precisamente un ensayo pequeño que él tituló Un trozo de tiza.
Nos cuenta Chesterton: “salgo a pintar el paisaje, pero no salgo a pintar el paisaje inglés, salgo a pintar arcángeles y demonios”... pero Chesterton está muy atento al paisaje, lo está gozando. En ese momento cruza una vaca. Y la vaca se aleja, es decir le da los cuartos traseros. Y Chesterton dice: “Y como nunca fui capaz de pintar los cuartos traseros de una vaca, le pinté el alma, que era toda roja...”

Una de las más importantes lecciones de pintura que recibí en toda mi vida.

Te he leído, Alba. No el poema, el conjunto. Algo indica que a su hora gregaria el pájaro es bandada. Llega el atardecer y, de hora en hora, pierden vigor los signos de lo externo. La gloriosa materia se deslíe en lo abstracto. Hubo que declarar inútil la cabeza.
























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